Por Raúl "Bigote" Acosta
Cuando se insiste entre quienes quieren explicar el ayer modificándolo (toda revisión es eso re-visión) la pregunta sobre la definición del peronismo, que desde el 17 de octubre de 1945, ó desde el 24 de febrero de 1946 re significa Argentina, el juego es de sonrisas y soslayos, de evasivas y generalidades. También de importantes estudios, todos ciertos, todos parciales. Explicar un poliedro es recorrerlo entero y se sabe, eso es un anhelo, no un facto.
Me acomodaría con dos definiciones que el café, las mesas de café, recogen como ciertas y, si no lo son, bien podrían aceptarse como tales. “Me voy de la Argentina porque no entiendo el peronismo” (Gino Germani) “No son ni buenos ni malos, son incorregibles (Jorge Luis Borges).
Sobre aquellos meses finales de 2019 y los primeros del 2020 Diego Armando Maradona dirigió un equipo de fútbol profesional en mal estado, el último según puntajes de triunfos y derrotas.
Maradona es el que hacia “jueguitos” con la pelota en el programa de Nicolás “Pipo” Mancera. Es el que “casi” integra el plantel ganador de 1978 y, ya en 1979, era / fue poco menos que insustituible. Herido salvajemente en el Mundial de España de 1982 el torneo siguiente (Mundial de 1986) lo muestra inatajable.
El mundo no entiende como es posible, pero Maradona lo hace. Antes y después su vida llena de zonas oscuras, oscurísimas. Finalmente el dopaje positivo en yankilandia. Fuera de la cancha nadie logra entenderse al ciento con Maradona y dentro de la cancha, cuando se juega, nadie lo alcanza.
Maradona no es un ejemplo de rectitud ni de limpia moral ejemplar. Es Maradona. Es una llave mundial que “abrepuertas” desde aquellos años hasta estos, del Siglo XXI.
Viene de la nada de Villa Fiorito y tiene respuestas de una sabiduría y repentización que no resulta sencillo entender. Están.
El mundo escucha / lee declaraciones de Maradona. Alguien lo explota, otro lo engaña, otro le fabrica hijos, el mismo juega a los juegos que no puede. Su corazón ha estado muerto varias veces. Su estómago lo han cerrado y vuelve a la gordura, parece que balbucea por las pastillas con las que vive hasta que enfrenta a la gente, a los nadies, a los que desde una tribuna no son nada mas que un aliento.
El 7 de marzo del 2020 salió, sostenido por los brazos de otros, renqueando, gordo, avejentado, entero solo por orgullo y dinero, pero básicamente orgullo, a la cancha de Boca Juniors y no hubo modo que no sucediese lo que se sabía. Aplausos, alaridos, llantos, fotos para el “yo estuve ahí”. Una camiseta era singular: “YO VI A D10S” , usando el número 10 de la espalda. El 10 que usaba en su carrera deportiva.
En determinado momento de su paso hacia la nada que harían con él en el centro del campo de juego (una miserable plaqueta que para nada empalma con su fama, con su bronce ya universal) las tribunas, con ese unísono que ningún coro consigue y esa afinación que nadie se explica, empezaron a gritar: “el que no salta es un inglés, el que no salta es un inglés”. Sin rótulas, sin tobillos, sin cintura, Maradona también saltó. Listo. El milagrito estaba presente.
Malvinas 1982. Gol a los ingleses en México 1986. Los dos goles. Ojito. Soy lo suficientemente veterano para saber qué gritaban, y lo suficientemente convencido de mis limitaciones para negar una explicación. Sucedió. Muchos ni en los vientres de sus madres entonces y si en la tribuna ahora. Gritando.
Viene de otro Siglo “el diego”. Farfulla. En muchos casos poco se entiende qué quiere y, en buena parte de sus intervenciones, sus interlocutores deciden qué entender de sus dichos. Supongamos, sin mala milk, que estamos imaginando un Diego Armando que solo está en nuestros corazones y que nos sirve para perdonar lo que vemos y expresarnos. No es lo que en rigor se ve. Es lo que vemos dentro nuestro.
No hay sicologismos baratos, hay misterio. El diego es un poliedro sabio, inútil, chispeante, drogón, histórico, el que mejor fornicó al fútbol inglés, que reivindicó a los sureños pobres de Nápoli, el que renegó del Vaticano y abrazó a Fidel, que reconoce hijos y vive en mitad de un carrousell imparable lleno de vivillos y traidores, de amores y de minutos inexplicables. Es un misterio. Somos nosotros.
Cuando uno mira la foto del peronismo Siglo XXI y quiere entenderlo advierte la similitud. En mitad de la corrupción universal Maradona dice: “La pelota no se mancha”. Y creemos que es un dogma. Un sentimiento. Algo que ya avisó Chico Buarque : “que no tiene sentido ni nunca lo tendrá”.