Por más que nos la sirvan como uno de los siete pecados capitales, la ira es disidencia, una queja necesaria, una emoción tan útil como la tristeza, que alimenta una conducta ventajosa en situaciones traumáticas, ayuda a reflexionar y puede conducir a la felicidad.

Si no fuese por el asco que nos provoca el olor a putrefacción, nos ahogaríamos en toneladas de desechos, y gracias al miedo huimos del peligro. Es momento de borrarle el apellido a las emociones negativas y ser más tolerantes con ellas.

"Emociones como la tristeza, la ira, el asco, la envidia, el miedo o el enfado, en un grado óptimo, nos han ayudado a sobrevivir"

Actores de primera que no aparecen en los créditos

Para comprender que todas las emociones básicas tienen un papel importante, basta recordar la película de Pixar "Intensa-mente (Inside Out)", en la que las protagonistas son la ira, la tristeza, el asco, el miedo y la alegría. La mente de Riley, una niña de 11 años, simboliza el complejo universo emocional de cualquier persona ante una situación vital difícil.

La gran revelación de esta película es el papel de la tristeza: se presenta como desaliñada y desagradable, la pareja de baile que nunca es la primera opción, pero al final la tristeza es sorprendentemente útil, muy buena en aportar sensatez y organizar los pensamientos de Riley. Es la salvadora y, según Esther Blanco, codirectora de la clínica de psicoterapia y personalidad Persum, la historia de la tristeza no es una excepción.

"Emociones como la tristeza, la ira, el asco, la envidia, el miedo o el enfado, en un grado óptimo, nos han ayudado a sobrevivir. No hubiésemos llegado a este momento evolutivo sin una ira o enfado protectores, sin un sentimiento de asco que nos apartase de la podredumbre, una tristeza que nos vincule a los nuestros y a su marcha o daño, una envidia como motor de superación frente al otro", dice la psicóloga. El problema es que permanecen ocultas desde el punto de vista cognitivo.

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"Podemos considerarnos personas flexibles, que entendemos perfectamente y compartimos la virtud de la paciencia. Hacemos gala de ella, pero en un momento determinado y sin saber muy bien por qué, aparece una ira inapropiada, impulsiva y descontextualizada", explica.

Y continúa: "Perdemos la paciencia y nos desagradamos terriblemente por ello. Del mismo modo, nos creemos personas no rencorosas, capaces de perdonar con facilidad y nos definimos por ello, sin embargo una pequeña ofensa o una ausencia de reconocimiento por parte del otro nos llena de rencor".

El motivo por el que hay estas lagunas en nuestro mapa emocional está en nuestra infancia, cuando "la construcción de nuestra personalidad e identidad descansan sobre la narrativa de nuestros padres. Nos recuerdan lo que está bien y lo que no, qué emociones tenemos que sentir y cuáles no".

"Integrar, reconocer, sentir con plenitud todas las emociones negativas nos acerca a una personalidad madura, ecuánime, flexible y compasiva, que no necesita escindir el mundo entre buenos y malos, puesto que todas las emociones tienen cabida dentro de uno", indica la psicóloga.

La ira, la rabia, la pereza, la desilusión o la tristeza "son desterradas, como de segunda clase. No son bien vistas por nuestros progenitores y por ello se castigan o reprimen de alguna forma", explica Blanco. Con el tiempo, perdemos el contacto con ellas, apartándolas como algo indeseable y molesto en la persecución de nuestro yo ideal. Lo que nos perdemos...

Demonios convertidos en ángeles

La importancia evolutiva de este tipo de emociones parece innegable, pero hay que admitir que son desagradables, que no es de extrañar que uno no desee mostrarlas alegremente. Y es ahí, en la forma de manisfestarlas, donde deberíamos actuar, lo que implica desterrar la idea de que la felicidad es algo perfecto y no dual.

"Tenemos que reconocer que las mal llamadas emociones negativas nos pertenecen, son nuestras, las sentimos dentro de nosotros cada día y constituyen nuestra personalidad", dice Blanco. Aceptarlas es lo que nos permitiría conocer a fondo nuestra mente y posibilitaría gestionarlas del mejor modo posible. Por el contrario, querer desligarse de ellas nos convierte en víctimas porque nos veremos obligados, a que la realidad encaje como un guante en lo positivo, según Blanco.

"Integrar, reconocer, sentir con plenitud todas las emociones negativas nos acerca a una personalidad madura, ecuánime, flexible y compasiva, que no necesita escindir el mundo entre buenos y malos, puesto que todas las emociones tienen cabida dentro de uno", concluye la psicóloga. Por si fuera poco, cada vez se proponen más funciones para estos cisnes negros del zoológico emocional.

"Son más comunes y duraderas y producen consecuencias más uniformes", dice el psicólogo social Joseph P. Forgas, quien insiste en ello en un artículo que muestra que este tipo de estados reclutan un estilo de pensamiento más atento, desafiante y con mejores resultados para la memoria.

"Descubrimos, por ejemplo, que los clientes de una pequeña tienda recordaban más información sobre el interior cuando experimentaban un estado de ánimo negativo (en días lluviosos y fríos)". En sus investigaciones, Forgas también comprobó que llevan a los jueces a dictar sentencias con menos sesgos y mejoran la capacidad de una persona para detectar el engaño.

Forgas reconoce que la época actual se empeña en un énfasis unilateral en los beneficios de la felicidad, a pesar de que las emociones menos gratas son un componente esencial de nuestro repertorio afectivo. "Desde las tragedias griegas clásicas, evocar y explorar el paisaje de la tristeza fue reconocido por mucho tiempo como instructivo y valioso", añade. Siempre es buen momento de recordar a los clásicos.