"Cuando Rosana llegó a mi casa no estaba así, el miedo apareció después". Un tío y la abogada detallaron las presiones que recibió por parte de la PFA la suboficial testigo del hecho en el que fue baleado el ex jefe Valdés.

El calvario vivido por la suboficial ayudante de la Policía Federal Rosana González después de ser testigo del ataque a tiros que su superior, el comisario inspector Mariano Valdés, sufrió el 9 de septiembre pasado en la autopista Buenos Aires-Rosario no terminó en las horas posteriores al oscuro episodio.

Presiones

Primero fueron las presiones de distintos jefes de la fuerza que conduce Néstor Roncaglia. Para que diera una versión como mínimo inventada sobre lo ocurrido, es decir la del "robo al boleo" que manifestó Valdés. Pero después, ya desafectada de la policía e instalada en su vivienda familiar bonaerense, las presiones siguieron. Así se desprende de las declaraciones que hicieron su tío y su abogada. Tal cual consta en el expediente de la investigación.

"Mi sobrina no confía en nadie, solamente en nosotros. Tiene miedo por su vida y por la de su familia. Creo que tiene más miedo por nosotros que por ella misma", sostuvo L.G. el 20 de septiembre. Fue al declarar ante los fiscales Eugenia Lascialandare (Villa Constitución), Matías Edery (Delitos Complejos) y Natalia Benvenuto (como coordinadora), todos del Ministerio Público de la Acusación (MPA) santafesino.

"Recuerdo que Rosana me dijo que cuando la chata los cruzó (en la autopista) no fue al boleo. Que para ella eran policías por cómo los habían rodeado, «porque de esa manera trabaja la policía»", agregó el tío. A quien la joven suboficial le repetía: "Tío, nos van a matar a todos".

"Mucho miedo"

Luego el hombre contó una serie de encuentros y desencuentros con jefes de la PFA dignos del clásico del cine "Contacto en Francia". Relató que jerárquicos de la fuerza querían que González volviera a presentarse en el hospital Churruca de la Ciudad de Buenos Aires. Donde le habían extendido un certificado para evitar declarar ante los fiscales santafesinos. Y la suboficial lo hizo por presión de sus parientes la medianoche del 14 de septiembre. Sin embargo al día siguiente volvieron a presionarla para que fuera al hospital "porque no cumplía con los pasos administrativos". La sensación que le quedó al tío de la joven es que, entre otras cosas, querían sacarle el arma que le habían provisto en la Delegación Santa Fe luego de la balacera.

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"Nos fuimos con mucho miedo del hospital (la noche del 14 de septiembre). No queríamos volver a mi casa por temor. Ahí me di cuenta de que estaba pasando algo raro. Me refiero al temor de Rosana, al miedo, no era una paranoia de mi sobrina. Yo notaba que tenía mucho miedo. Que no entendía nada de lo que estaba pasando, que no era normal, no sé cómo explicarlo. Llegué a pensar que podía estar amenazada por algo. Y cuando volvíamos me decía «anda por acá, anda por allá, pasa por donde haya cámaras». Ahí entendí que los que habían ido a mi casa, los policías, eran la mafia. Creo que Rosana está amenazada y ahora sí está paranoica. Tiene mucho temor. En un primer momento cuando llegó a mi casa no estaba así. El miedo apareció luego. No sé qué paso, por qué cambió; pero ella cambió y tiene mucho miedo", declaró ampliamente el hombre.

Extrañas visitas

La casa y el negocio del tío de Rosana fueron visitados varias veces por jefes de la PFA. En el medio la familia había logrado construir un cerco comunicacional para que todos los que quisieran contactarse con Rosana tuvieran que pasar por sus tíos. Así L.G. llegó incluso a hablar con Valdés. "Me decía que quería hablar conmigo porque Rosana estaba haciendo las cosas mal. Que podía perder el trabajo, que se tenía que presentar en el (hospital) Churruca. Y que luego se tenía que presentar en la Fiscalía. Que seguro que la Fiscalía quería hacer un careo entre ella y él porque seguro que con la adrenalina ellos habían dicho cosas distintas", rememoró.

El hombre agregó que Valdés le dijo que un comisario de Córdoba estaba viajando hacia su casa. "Creo que de apellido Punto, no recuerdo bien", sostuvo en relación al comisario mayor Osvaldo de Cunto, por entonces jefe de la Agencia Regional Federal Córdoba y ahora en funciones en la Dirección General Regional Federal NOA-Tucumán.

"Valdés quería de mi sobrina no cambiara la declaración, que dijera que todo había sido un robo. Mientras hablábamos Rosana me pedía que cortara, que estaban haciendo tiempo porque nos iban a matar", recordó el testigo.

El encuentro con De Cunto finalmente se concretó, aunque L.G. se enteró por un llamado de su mujer que lo alertaba de que varios móviles de la PFA estaban en la puerta de su casa. El hombre y uno de sus hermanos ya se habían contactado con una abogada buscando algún tipo de refugio. "Llego a mi casa, eran más de las 7 de la tarde, y me encuentro con dos móviles no identificables, una ambulancia de la PFA y otro patrullero identificable. Todos estaban en la calle a la vuelta de mi domicilio. Cuando vi eso me acerqué al móvil identificable y le pregunté qué hacían ahí. Me contestan «es un operativo». Les dije que mi casa estaba a la vuelta y les pregunté por qué había una ambulancia escondida a la vuelta de mi casa", narró el tío de González.

La abogada

Entendiendo que la situación los desbordaba, los tíos de Rosana contactaron a la abogada T.M.A. para que pidiera ante la Fiscalía de Morón seguridad para la suboficial. La abogada intentó recurrir a esa repartición pero cayó en una maraña de trámites y la gestión no avanzó. Entonces puso a resguardo a González en un domicilio que sólo ella conocía y fue a la casa del tío, donde estaban los jefes de la PFA.

"Me dirigí a la casa de los tíos —declaró la profesional— porque allí estaba la policía. Había cuatro o cinco personas: el subdirector del servicio de salud mental del Hospital Churruca; el comisario mayor De Cunto, de Córdoba; el comisario inspector Eduardo Francescutti, de Santa Fe, que abarca San Nicolás, Pergamino y toda esa zona, y una oficial de la Delegación Morón. Estaban todos sentados dentro de la casa esperando que llegara Rosana. Me presenté como su abogada. Francescutti le pidió permiso al de Córdoba a ver si podía hablar conmigo y lo hizo delante de todos. Francescutti me pregunta qué información tenía yo para ellos, a lo que le respondí que yo sólo los iba a escuchar".

La discusión giró en torno a que González debía presentarse otra vez en el hospital. "Me decían que era para resguardar su salud porque estaban preocupados. El de Córdoba (por De Cunto) estaba enojadísimo. Mandaba mensajes, se levantaba y hablaba por teléfono. El más negociador era Francescutti, con quien yo hablaba. Le dije que yo la iba a acompañar al Churruca, que no iba a entrar sola a ningún lado", recordó la profesional.

Actas

Luego de mucha charla y llegar a un acuerdo se labró un acta del encuentro. "El de Córdoba se paró y se fue a hablar por teléfono afuera. Entonces le da la orden a la oficial que haga el acta y De Cunto dijo que no era necesario que me pongan a mí en el acta, lo cual me llamó la atención también. La decisión fue no ponerme en el acta pero yo le saqué una foto y el de Córdoba me preguntó en qué auto andaba. Le dije que andaba en Uber y que me iba a quedar un rato más. En tanto, le insistían al tío para que no hagan ninguna denuncia contra Valdés", indicó la abogada.

El martes 17 de septiembre González, acompañada por su abogada y sus tíos, pasó una vez mas por el Hospital Churruca. Fue revisada por una psiquiatra y una psicóloga. Ante los ojos de la abogada entregó el arma que le habían dado en la Delegación Santa Fe el día después del ataque en la autopista. “Nos dieron una constancia que decía que no estaba apta para declarar ante actos administrativos y judiciales. Eso se ve que lo habían guionado con el subdirector con la idea de que ella no declare en ningún lado y entregue el arma”, recordó la letrada.

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En ese marco, el comisario Valdés nunca se resignó a que González no le atendiera el celular. “A la tarde me llamó Valdés por WhatsApp. Me preguntó cómo estaba Rosana, que no le contestaba el teléfono. Le dije que se lo iba a comunicar a Rosana y me insistía en saber cuándo iba a declarar. Me insistía mucho sobre eso, sobre cuándo iba a declarar. Le dije que no sabía cuándo porque Rosana tenía un certificado para no hacerlo. Me decía que vaya lo antes posible a declarar así se termina porque esto había sido un robo y necesitaba que se aclare”, contó la profesional, disgustada porque Valdés estaba al tanto de cada movimiento del expediente.

“Como un apriete”

Al día siguiente, el miércoles 18, la abogada fue a la Fiscalía de Morón donde expuso lo que estaba pasando. “Yo notaba como un apriete de Valdés. Si bien nunca me había amenazado, él sabía todo de antemano y me lo decía”, declaró.

Valdés no se resignaba. “Salí de esa Fiscalía y me volvió a llamar. Estaba desesperado. Me dijo que a Rosana la estaban trasladando por la fuerza pública a declarar a Rosario. Y me dijo «encima estos hijos de puta de la Fiscalía no sé qué quieren porque ahora la citaron a mi mujer». Yo, recaliente, le contesté que a Rosana la iba a llevar yo a la Fiscalía. Le dije que si a Rosana le pasaba algo o perdía el trabajo me los iba a llevar puesto a todos. El me contestó: «Pero bueno, ella tiene que ir y decir lo que ya sabe»”, relató la abogada.

Y hubo más. Al llegar al Centro de Justicia Penal de Rosario el jueves 19 a la tardecita, un jefe de PFA se presentó en el estacionamiento ante uno de sus allegados para ponerse a disposición. Mientras González declaraba, Valdés continuaba tratando de mantener contacto con ella por medio de su abogada. “Mientras estábamos con Rosana en la Fiscalía tratando de que cuente la verdad, yo tenía el celular en vibrador y hubo cinco llamadas de WhatsApp de Valdés que por supuesto no atendí. Quiero agregar que cuando veníamos para que González declarara, escoltados por la Policía de Investigaciones (PDI) de Santa Fe, volvió a llamar Valdés y me dice: «Si estás con Rosana por favor decile que borre todo el registro del WhatsApp». Rosana tenía que borrar todo el registro y todas las llamadas”, indicó la letrada. “Como fondo de lo que decía se escuchaban voces de muchas personas. En un momento escuché: «Que se joda la pendeja, de última»”, recordó la abogada, quien asegura que puede reconocer la voz del jefe de PFA que lanzó esa sentencia.