El 31 de agosto de 1999 murieron 65 personas cuando un avión Boeing que iba desde el Aeroparque de Jorge Newbery hacia el Aeropuerto Ingeniero Taravela de la ciudad de Córdoba se accidentara al intentar despegar, llevándose todo a su paso antes de explotar.
Toda catástrofe siempre deja connotaciones emotivas y que quedan guardadas para siempre en la memoria de cualquier persona, y sobre todo si de alguna manera u otra pudiera haberse evitado, ya sea mejorando controles, trabajando en la estructura o bien con personal idóneo. Lo cierto es que hoy se cumplen 20 años de la tragedia de LAPA (Líneas Aéreas Privadas Argentinas) que dejó un saldo de 65 muertos, decenas de heridos y varias preguntas sin respuestas para los familiares de las víctimas y la sociedad en general.
La Justicia, en un largo proceso, dictó dos condenas leves y, finalmente, declaró prescripta la causa. Con algunos minutos de atraso, el vuelo 3142 de LAPA (el avión era un Boeing 737-204 C, matrícula LV-WRZ), que iba desde el Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery hacia el Aeropuerto Ingeniero Taravela de la ciudad de Córdoba, partió a las 20.53 con 100 personas a bordo (95 pasajeros y 5 tripulantes). Sin embargo, ese viaje, que tendría que haber tenido una duración de apenas una hora, nunca llegó a su destino final.
La nave comandada por Gustavo Weigel comenzó a carretear por la pista, pero las alarmas se dispararon cuando ciertos mecanismos del avión no funcionaron como debía ser; esto, sumado a una presunta impericia de los navegantes, hizo que el artefacto tome una velocidad alta para un intento de despegue (casi 300 kilómetros por hora) y continuara su viaje desenfrenado llevándose todo por delante: las rejas limítrofes del aeropuerto, automóviles estacionados, máquinas de construcción.
Tras cruzar la avenida Costanera, terminó chocando contra un terraplén que tenía una estación de gas, algo que evitó que la tragedia se potenciara todavía mucho más. Al cabo de un minuto de la colisión de la nave con el terraplén se produjo una explosión que consumió totalmente al artefacto. Como resultado del siniestro murieron 65 personas (dos que estaban en una parada de colectivos), casi 40 terminaron lesionadas con heridas de diversa consideración y la sociedad quedó en shock por lo ocurrido.
Cabe destacar que este fue el segundo episodio aéreo nacional más grave de toda la historia, ya que el más importante tuvo lugar en octubre de 1997, cuando un avión DC-9 de la empresa Austral Líneas Aéreas que iba desde la Mesopotamia hasta el Aeroparque Metropolitano, cayó en picada a la altura de la localidad uruguaya de Fray Bentos y sus 74 ocupantes perdieron la vida. Tras la conmoción que se vivió en ese momento y con el paso del tiempo, la causa llegó a manos de la Justicia y, con ella, los informes de la Junta de Investigaciones de Accidentes de Aviación Civil (JIAAC), que confirmó la negligencia de los pilotos, insuficiencia de la empresa (quebró años más tarde) y otras responsabilidades.
Por ende, tras varias investigaciones llevadas a cabo por la Justicia, algunos directivos de la empresa LAPA y funcionarios de la Fuerza Aérea fueron acusados de manera penal y llevados a juicio. A fines de 2004, el fiscal federal Carlos Rívolo, a través de un dictamen, pidió el juzgamiento de Gustavo Deutsch (presidente de LAPA), Ronaldo Boyd (vice de LAPA), Fabián Chionetti (gerente de operación), Nora Arzeno (gerente de Recursos Humanos), Valerio Diehl (gerente de Operación), Gabriel Borsani (jefe de Mantenimiento), Enrique Dutra, Damián Peterson y Diego Lentino (todos de la Fuerza Aérea).
En febrero de 2010, seis de los ocho acusados fueron absueltos (Dutra había muerto en julio de 2005 en Villa Carlos Paz) y las condenas por “estrago doloso” recayeron sobre Diehl y Borsani. Esta sentencia fue apelada por fiscales y querellantes, pero como el caso excedió los tiempos legales, finalmente, en febrero de 2014, la Sala 4 de la Cámara Federal de casación anuló las dos condenas anteriores debido a que había prescripto la acción penal.
“No tuvimos justicia, tal vez Dios la haga”
Aquella noche del 31 de agosto de 1999 quedará en el corazón y la memoria no sólo de los sobrevivientes o los familiares de los fallecidos, sino también de toda la sociedad. Entre aquellos a quienes les “cambió la vida” aquel momento está Marité Hereñú, quien entonces tenía 37 años y, tras participar de un congreso en la ciudad de Buenos Aires, planeaba volver a Córdoba para reunirse con su madre por una “fecha especial”.
“La sala de embarque estaba colmada porque había muchos vuelos que estaban en espera, luego nos llamaron a embarcar y estuvimos un rato sentados en el avión por la demora, hasta que el piloto dijo que íbamos a comenzar a carretear. Comenzó el carreteo, levantó la punta de la nariz el avión e inmediatamente volvió a tocar el tren de aterrizaje la tierra. Estaba sentada en el ala izquierda del avión (14D) y cuando miré por la ventanilla, vi que la turbina tiraba combustible incendiado y había llamas, ahí pensé que el avión iba a explotar y empecé a rezar. Había dos chicos sentados cerca mío y se dieron cuenta que el ala se había desprendido y se hizo un hueco al lado mío, ellos se tiraron por ahí y yo hice lo mismo, pero caí desde mucha altura y justo debajo de la turbina, donde me cayó combustible incendiado en la cabeza, que se desparramó por el cabello, espalda, hombros. Intenté apagarme el fuego de la cabeza con las manos, pero se me prendieron fuego, al igual que la ropa… Era una bola total de fuego”, comenzó diciendo la cordobesa a Crónica.
Marité agregó: “El avión explotó y esa onda expansiva me sopló la espalda, me apagó el fuego y me tiró contra el piso. Me levanté y seguí corriendo hasta la entrada del campo de golf, donde me encontró un chico. Él me socorrió, me contuvo y me pidió los datos para avisar hasta que llegaran las ambulancias. Ahí nos fueron clasificando y fui la primera derivada al hospital Fernández, donde estuve un día y luego fui derivada al hospital Alemán”.
Cabe destacar que Marité terminó con el 64 por ciento del cuerpo quemado (ambas piernas, brazos, manos, cara, cuero cabelludo y espalda), además de perder parte de la musculatura y sufrir graves problemas pulmonares que casi le cuestan la vida.
Además, sufrió diversas infecciones cutáneas por las quemaduras y estuvo a punto de que sus manos le fueran amputadas, pero el acierto de los médicos y su recuperación lo evitaron. “Vi la muerte de cerca tres veces, cuando la turbina estaba en llamas, cuando me vi envuelta en una bola de fuego y cuando en el hospital Fernández la doctora me dijo que me iban a entubar porque no podía respirar. Desde el primer momento, cuando vi la turbina con fuego, pensé que todos íbamos a morir, y apenas desperté pregunté qué había pasado con los otros pasajeros”, sostuvo la mujer.
Consultada sobre cómo fue llevada adelante la causa, Marité fue contundente y dijo: “Me parece muy decepcionante y creo que fue una de las cosas que más me decepcionó en la vida. Me parece que como sociedad nos merecemos un debate sobre esta Justicia que no aplica sanciones a aquellos que son responsables, realmente no acceder a justicia donde falleció gente por negligencia, impericia y donde se probaron fallas es increíble. No hemos tenido justicia y tal vez Dios la haga, pero no hubo justicia para nosotros y la causa termina prescribiendo y no hubo sanción, se sancionó levemente a dos empleados de una gran lista de gente que había”.